Uno de los primeros socios del hombre fueron los perros y a cambio de cobijo y alimento éstos los ayudarían cuidando sus rebaños, acompañándolos en cacerías, guardando sus viviendas y realizando tareas policiales y de rescate. Incluso algunos de ellos, especialmente entrenados, servirían de guía a los invidentes humanos.
Con el paso de los siglos el hombre fue desplazando de su reinado a los grandes felinos, pero a la misma velocidad que iba ganando en fuerza y astucia también iba perdiendo en su capacidad para amar a su prójimo. Necesitaba ser amado pero sin tener que dar amor a cambio.
Así el hombre pensó en darle un nuevo rol a su ya amigo canino. Él sería el donante de amor. Saciaría su necesidad y además no le demandaría correspondencia alguna.