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Nació
al descobijo de una familia gitana desestructurada y la sociedad paya le acogió, con 6 años, en una casa de acogida junto a su hermano, un año menor. Las
monitoras de su nuevo hogar intentaron suplir el calor de su hoguera gitana por
el de los radiadores de su nueva casa, y el amor de su ausente madre por el de
sus generosos corazones; le vistieron con nueva ropa y le educaron como payo en
los mejores colegios. Pero Gabi no dejó de pensar ni un solo segundo en su
regreso a la libertad gitana, y con 14 años volvió al carromato y a “la furgo”,
a chatarrear y a “buscarse la vida”, con reglas gitanas, lejanas a las
aprendidas en la escuela, y también al duro aprendizaje de sobrevivir rodeado de unas
reglas sociales que no son las suyas.