Muchos, de la generación que estudiamos bachiller en los 60, aún despertamos, de vez en cuando, sobresaltados, escuchando la tenebrosa voz de mando del profesor de gimnasia: ¡Salta!
El plinto se plantaba ante nosotros como una pirámide egipcia, desafiante, y amenazando con hacer añicos nuestra integridad física.