Están ahí, sobre el Ágora de Paestum, viendo pasar el tiempo como si éste no fuera con ellos.
Mudan su piel al mismo ritmo del cambio de civilizaciones que pisaron el terreno que habitan.
Se han acostumbrado a los humanos y confiados nos observan, fijamente con ojos escrutadores de lagarto, sabedores que los únicos corta colas no son los pacíficos visitadores de la milenaria Paestum sino los apoltronados propietarios de mullidas sedes, asientos o tronos.