Tras su prematura jubilación, a causa de la silicosis, el doctor le había prohibido su habitual cigarrillo, todo el día pegado a la comisura de sus labios. Todas las mañanas esperaba la llegada de su mudo visitante a sabiendas de su complicidad y de que el humo de su matutino y único "pitillo" quedaría entre ellos.
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