Balbina esperaba con ansiedad juvenil el día grande de la romería de San Antonio. Ese día, con el alba, se vestía con su ropa de gala y sin apenas desayuno emprendía el empinado camino. Lo primero que hacía al llegar a la romería era visitar la ermita de San Antonio y encender un cirio en su honor.
Más tarde se sentaba a escuchar la gaita y el tambor; y a observar como los jóvenes bailaban a su son mientras recuerdos de antaño la trasladaban a su añorada juventud.
No tenía que haber esperado tanto tiempo por él, piensa.
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