Por fin había llegado el otoño.
Todos los domingos, al salir de misa de la iglesia de San Pedro, tenían que recorrer el largo Muro que las separaba de su retiro espiritual en El Bibio. La ausencia de los habituales receptores de rayos solares que habitaban toda la playa durante el largo verano les hizo dejar a un lado su pudor y, acompañadas solamente de su reflejo, remangaron sus largos y grises hábitos para sentir la húmeda arena que las transportaba a su lejana juventud cuando sus pensamientos aún no estaban totalmente poseídos por el Señor.
3 comentarios:
Cariñosa. Me gusta.
Aunque no sea creyente la figura monjil siempre me atrajo plásticamente. Sus caras reflejan su alejamiento del mundo terrenal, quizás para estar más cerca de su querido Amo(r).
Pues yo cada vez estoy mas de acuerdo con ellas.... mejor recogerse que con la que está callen... a cubierto...
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